Santiago los contempla taciturno. ¿Qué pensarán?, se pregunta: tan
llenos de miedo que con sólo una mirada se los puede diferenciar. Ese
hombre pequeño, por ejemplo, moreno, de pelo corto y trinchudo, que
abraza con devoción un atado con su ropa y un tapete, es obvio, partirá
para siempre. Pobre, se compadece Santiago, olvidando por un momento
que él mismo pronto se sumará a la inmensa jauría de los migrantes.
Abrazas tu atado, Saúl, cargando tus miedos, con el sudor cayendo a chorros por tu cuello y tu espalda. Hay tanto a qué temer, piensas. ¿Estarás haciendo lo correcto? ¿Será la mejor decisión? Sí, carajo, te respondes, no hay nada que te una a esta tierra. No hay por qué albergar las mismas dudas de niño, cuando, muerta tu familia (mamita, papito, tus hermanitos menores), huiste de tu pueblo a la capital, montado en la tolva de un camión, entre carneros, perseguido por las sombras que habían entrado a casa muy temprano, a la hora que bajabas al río para recoger el agua, y habían abatido a todos por negarse a entregarles un saco de arroz. Sentiste su presencia muy cerca, persiguiéndote mientras el camión atravesaba trochas, esquivaba precipicios, devoraba kilómetros de carretera y, al final, entraba a la trama de pistas y casas en los cerros de Lima. No Saúl, te dices, si siendo un niño fuiste capaz de subsistir, solo, mendigando primero, y después trabajando donde fuera, cualquier aventura, como la que emprendes, será pan comido.
Abrazas tu atado, Saúl, cargando tus miedos, con el sudor cayendo a chorros por tu cuello y tu espalda. Hay tanto a qué temer, piensas. ¿Estarás haciendo lo correcto? ¿Será la mejor decisión? Sí, carajo, te respondes, no hay nada que te una a esta tierra. No hay por qué albergar las mismas dudas de niño, cuando, muerta tu familia (mamita, papito, tus hermanitos menores), huiste de tu pueblo a la capital, montado en la tolva de un camión, entre carneros, perseguido por las sombras que habían entrado a casa muy temprano, a la hora que bajabas al río para recoger el agua, y habían abatido a todos por negarse a entregarles un saco de arroz. Sentiste su presencia muy cerca, persiguiéndote mientras el camión atravesaba trochas, esquivaba precipicios, devoraba kilómetros de carretera y, al final, entraba a la trama de pistas y casas en los cerros de Lima. No Saúl, te dices, si siendo un niño fuiste capaz de subsistir, solo, mendigando primero, y después trabajando donde fuera, cualquier aventura, como la que emprendes, será pan comido.
Autor: Raúl Tola
Procedencia: Lima, Perú
Género: Cuento / Relato
Idioma: Español
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