CARAS PINTADAS
EN EL
CENTRO CEREMONIOSO
JORGE MESÍA HIDALGO
Son
muchas las ocasiones que he recibido del Profesor Rubén la invitación para
asistir a conocer un lugar, por el momento, misterioso. Se trata del Centro
Ceremonioso de Pamashto. Nombre otorgado por el mismo profesor en vista que,
según él, reúne todas las características propias de un lugar de culto al dios sol,
como otros que existen en el Perú, específicamente en las localidades de Cuzco
y Andahuaylas. Conozco al Profesor Rubén desde pequeño, literalmente hablando,
puesto que es hermano mío, oriundos de la ciudad de Lamas, la célebremente
conocida “Ciudad de los Tres Pisos” nombrada así por el científico italiano Don
Antonio Raimondi, o también conocida, fastuosamente, “Capital Folclórica de la
Amazonia Peruana”, en honor a su legado histórico de chancas y pocras, de
costumbres, rituales y danzas coloridas. Hijos, ambos, de Doña María Estefita
Hidalgo Flores, y puedo dar testimonio claro de sus facultades talentosas en
muchas áreas del arte y la cultura. Exponente nato del teatro y la poesía,
estudioso compulsivo e indesmayable de la cultura lamista, de los primeros
pobladores de la bella, apacible y noble ciudad de Lamas, y qué decir de otras
cualidades y talentos propios del Profesor Rubén, que a diario los pone en
práctica para beneplácito de su esposa, hijos y amigos que lo rodean.
En forma insistente y, podría decir, hasta en forma
obligatoria, pero siempre cordial, el Profesor Rubén me participó la invitación
de visitar la Comunidad de Pamashto, el día 20 de Junio para asistir en la
madrugada del 21 a presenciar, según sus propias palabras, algo extraordinario
de la naturaleza: “El Solsticio de Invierno”. Ignorante, yo, de materias
astronómicas, galácticas o denominación que sea que reciban estos hechos
naturales, comencé a indagar en libros, en diccionarios, internet y otros
medios que tuve a mano para procurarme información que ampliara un poco mis
escasos conocimientos al respecto. Efectivamente, encontré amplísima
información sobre este fenómeno natural que ocurre dos veces al año y cuyo
tenor, en la red de información, textualmente, dice lo siguiente:
”El solsticio de invierno corresponde al instante en
que la posición del Sol en el cielo se encuentra a su mayor distancia angular al otro
extremo del plano
ecuatorial del observador.
Dependiendo de la correspondencia con el calendario, el evento del solsticio de invierno tiene
lugar entre el 20 de diciembre y el 23 de diciembre todos los años en el hemisferio norte, y entre el 20 de junio y el 23 de junio en el hemisferio sur, durante el día más
corto o la noche más larga del
año, lo que no debe ser confundido con el día o con la noche más oscura, o con el día en que
amanece más tarde y el sol se pone más temprano”.
Así, informado y convencido, me preparé para
realizar el viaje. Sería acompañado por mi esposa María Paz y mi hijo Jorge
David, ya que mi hija Melissa Milagros cursa estudios superiores en otra
ciudad, tan distante que no lograría llegar a tiempo. Sin embargo a última hora
tuvimos percances de trabajo, tanto, que ni mi hijo ni mi esposa podrían
acompañarme, de modo que el viaje lo realizaría sólo. Partiría desde la ciudad de
Tarapoto, donde radico desde hace 30 años, con destino, primero, a la ciudad de
Lamas y desde allí hasta la Comunidad de Pamashto. Es un periplo relativamente corto
y cómodo, a través de extraordinarias carreteras en cómodos y veloces
vehículos.
Aquel sábado 20 de junio la ciudad amaneció
con una lluvia de regular intensidad y, según informativos radiales, fue igual
en casi toda la zona de San Martín. Empecé a tener un sentimiento de
preocupación, ya que no cumpliría con la promesa hecha al Profesor Rubén, pero
por otro lado, asomaba en mí un sentimiento de tranquilidad, ya que al otro
día, precisamente el día Domingo 21 se celebraba el Día del Padre, y me quedaría
en casa para recibir visitas y llamadas telefónicas saludándome por tan honroso
día. Con el peso de estos sentimientos encontrados, llamé al Profesor Rubén, a
media mañana, cuando la lluvia había amainado un poco. Grande fue mi sorpresa
cuando el profesor me informó que en la ciudad de Lamas había llovido poquísimo
y a esa hora estaba a punto de asomar el sol. Me alegré muchísimo y salí al
patio trasero de casa a “soplar al cielo” en un intento de que la lluvia cejara
por completo, tal como me lo habían enseñado mis padres y abuelos basados en
creencias antiguas. Y, ¿qué creen que ocurrió?, pues nada más y nada menos, al
cabo de diez minutos, la persistente llovizna que caía sobre la ciudad de
Tarapoto, cejó completamente, dejando un cielo bastante despejado e invitándome
a emprender el dichoso viaje. Más tarde, estando en Lamas, el Profesor Rubén me
confesaría que, a la hora de mi llamada, la lluvia era torrencial en la Ciudad
de los Tres Pisos, calmando completamente después del medio día.
—Hermano, fue una pequeña mentira de mi
parte, para que te animaras a venir, —me dijo, dándome un abrazo fraterno.
Más tarde, promediando las cuatro de la
tarde, de aquel sábado 20 de junio, hacía mi ingreso a la ciudad de Lamas. Debo
confesarles, quizás porque soy natural de tan bella ciudad, que para mí es un
placer llegar a ella. Para empezar, desde antes de ver su agraciada geografía,
desde la entrada por el Barrio Zaragoza, es un placer sentir su fresco y por
ratos frio clima, ver hermosos paisajes en todas las direcciones que orientes
los ojos, el majestuoso río Mayo y la impresionante y populosa ciudad de
Tarapoto. Luego, avanzando por la carretera, ver el hermoso Barrio de Zaragoza
y a un costado el Barrio Suchiche que conforman el primer piso natural de la
“Ciudad de la Santísima Cruz de los Motilones” como la llamó su fundador el
español Don Martín de la Riva y Herrera. Adentrándose en la ciudad, siempre en
pendiente, hasta las proximidades de la Plaza de Armas, empieza la zona plana,
denominándose esta parte como el segundo piso. Unas dos o tres cuadras más
allá, siguiendo la principal calle de la ciudad empieza la otra pendiente,
dando inicio al tercer piso, culminando en la cumbre del cerro donde se
encuentra ubicada esta bella ciudad. La casa, pequeña pero acogedora, del
Profesor Rubén se encuentra prácticamente en el segundo piso. Me sorprendió
gratamente encontrar, en la residencia del Profesor Rubén un buen número de
personas, en su mayoría jóvenes, todos entusiastas, que preparaban papelotes escribiendo
mensajes de agradecimiento a la naturaleza, al sol, la tierra y toda expresión
del medio ambiente, tan sano y puro, aún, en esta parte de la Amazonía Peruana.
Son pocos los jóvenes que me reconocieron al ingresar al interior de la
residencia, podría decir, incluso, que ninguno de ellos sabía de mi relación
familiar con Rubén López, es más, estoy seguro que todos me tomaron como un
curioso más que acompañaría a la delegación en expedición de visita al Centro
Ceremonioso.
Como todos los asistentes aquella tarde, en
casa del Profesor Rubén, también me tomé la libertad de ingresar sin esperar
invitación, quizás, yo, con más derecho que otros, puesto que visitaba a un
hermano y saludar a mis sobrinos, quienes prestos y atentos como siempre, se
acercaron a mí prodigándome abrazos, besos y choques de manos, gestos que, al
final, me dieron el lugar correspondiente en medio de tanto gentío. Sin embargo
debo ser hidalgo en reconocer que esas actitudes de confianza de los jóvenes en
torno al Profesor Rubén se deben a su nobleza de carácter y a su actitud
conciliadora y amistosa, valores que él siempre puso de manifiesto en su
entorno, ganándose con ello respeto, aprecio y admiración.
A los pocos minutos de haber llegado a Lamas
y haber ingresado a la casa del Profesor Rubén, empecé a contagiarme del
entusiasmo y la alegría de los presentes ahí. El mismo anfitrión, mi hermano, y
sus hijos, mis sobrinos, me imbuyeron de confianza y seguridad al darme tareas
dentro de la agrupación para contribuir a lograr los objetivos por las cuales
habíamos sido convocados a formar parte de aquella expedición, sino aventurera,
podría decir de cultura y reconocimiento. Había cierta excitación y
exacerbamiento en el ambiente en aquel lugar por desplazarse lo más pronto
posible al lugar del Centro Ceremonioso, que fácilmente también caí preso de
dicho apasionamiento.
A parte de algunas actividades que debía
realizar en forma inmediata para ayudar a que la expedición se diera con todo
el éxito posible, el Profesor Rubén me encomendó la difícil tarea de ser el
camarógrafo personal de la agrupación, hecho que al mismo tiempo de halagarme
me llenó de preocupación porque era la primera vez en mi vida que haría eso.
Presto como siempre a solucionar el pequeño problema presentado por mi ignorancia
en el manejo de esos aparatos, el Profesor Rubén, me dio unas clases
magistrales en el manejo y conducción en tan sólo unos minutos, quedando yo,
expedito a cumplir mi función en el periplo que minutos más tarde
emprenderíamos hacia la Comunidad de Pamashto.
El tiempo avanzaba y al parecer no se daban
aún todas las cosas necesarias para emprender el viaje. El Profesor Rubén,
moviéndose de un lado para otro daba muestras de preocupación por el retraso de
lo programado.
—Rubén, ¿qué es lo que falta para partir?, —le
pregunté, dándole a entender cómo puedo ayudar para superar ese momento
angustiante por el que atravesaba. Él me miró y avanzó hacia la puerta, lo
seguí. Estando afuera me respondió:
—Hermano, falta que venga uno de los músicos
de la banda típica, pero me dicen que lo vieron libando licor con un grupo de
amigos, eso me preocupa, también estoy esperando a un grupo de amigos
comunicadores sociales de la ciudad de Tarapoto, quienes van a filmar todas las
acciones de esta expedición para propalarlos por la televisión, de ellos tengo
la seguridad de que llegan en cualquier momento, y lo del músico que se está
embriagando, puedo cubrirlo yo, con eso está solucionado todo, —me dijo,
dándome unas palmadas en el hombro.
Asentí con la cabeza y volví a preguntar:
— ¿Y, los jóvenes que están adentro, por qué
llenan esos papelotes?
Me miró con una sonrisa:
—Hermano, ellos son actores, algunos son
estudiantes de pedagogía y otros profesores titulados, son amantes del arte y
la cultura, están llenando los papelotes con el texto del libreto que expondrán
durante una actuación teatral que realizaremos en el Centro Ceremonioso, ya que
no les dará tiempo para memorizarlo. La representación teatral se hará en
alusión a un ritual que probablemente realizaban nuestros antepasados en el
amanecer del día de solsticio, en agradecimiento al dios sol. Acá aún no está
confirmado, se deberán hacer más estudios científicos, sin embargo con los
conocimientos que tengo hasta el momento, el ritual que representaremos, será
una imitación a lo que se hacía en el Cuzco y en Andahuaylas hace cientos de
años en tiempos del Imperio Incaico, y que hasta hoy conservan, a modo de
expresión cultural para conocimiento de lugareños y visitantes.
Quedé callado ante tan elocuente y clara
exposición del Profesor Rubén. Es más, mis ansias por visitar y conocer tan
misterioso y atractivo lugar se multiplicaron, haciendo que preste todo el
apoyo necesario para agilizar la partida. Aproximadamente a las cinco y treinta
de la tarde arribaron los personajes de la televisión de la ciudad de Tarapoto,
todos amigos del Profesor Rubén, quien presuroso me presentó. Yo, presto,
cordial y animoso por entablar una conversación con ellos, me llevé una ingrata
sorpresa, pues no me dieron la mínima atención. “Así debe ser la gente de la
televisión”, pensé, de inmediato. Además, de qué podrían conversar conmigo si
soy un completo ignorante en esas materias. Sin embargo con el transcurso de
los minutos, el popular “Shicshi”, se nos acercó, y contó algunos chistes,
poniendo de manifiesto su carácter sencillo y proceder humilde, cayéndonos muy
bien a todos, en el acto. El nombre real de este talentosísimo artista es Johnny
Flores y representa al personaje nativo sanmartinense popularmente conocido a
través de la televisión como “Shicshi”. Es un reconocido comunicador social que
difunde la cultura autóctona de San Martín a través de la televisión y es
visto, además de San Martín, en varias regiones del país y hasta en el
extranjero. Además ha actuado, según sus propias palabras y confirmado por
muchos, en una película peruana de resonancia internacional y en varias obras
teatrales, lo que lo convierte en un actor. Acompañaba al “Shicshi”, su amigo Javier,
productor televisivo, guionista y camarógrafo experto del programa que conduce
en la televisión tarapotina. Otro personaje que llegó en esos momentos es el
Profesor Luis Bartra un buen amigo y colega del Profesor Rubén y extraordinario
músico, integrante de varios grupos musicales que difunden la música
latinoamericana. También hicieron acto de presencia Fernando Rojas, Luis
Barrantes, Enrique Vela, todos ellos músicos, amantes de la cultura y el arte.
Siendo las seis y treinta de la noche, el
Profesor Rubén vio por conveniente partir. Todo estaba listo y cada integrante
de la expedición cargó sus cosas en los vehículos que nos conduciría a la
Comunidad de Pamashto. En días previos el profesor Rubén había hecho
coordinaciones con autoridades locales de Lamas y la Comunidad de Pamashto,
logrando con ello apoyo logístico necesario para el viaje. El viaje en noche
cerrada y oscura, no se tornó monótona y aburrida, gracias a la espontaneidad
del “Shicshi” para contar chistes y anécdotas de su vida, apoyado lógicamente
por el Profesor Rubén, que en esos aspectos tiene un innato talento. En los
pobladores de Pamashto, esta visita concitó mucha atención, por lo que al
arribar a la localidad un tumulto de gente nos esperaba con banda musical
típica y saludos de bienvenida. Pamashto es una localidad pequeña, rodeada de
majestuosas montañas llenas de verdor y encanto selvático. Cuenta con servicio
de luz eléctrica y agua potable las 24 horas. Su población que bordea los
quinientos habitantes es amable, servicial y respetuosa. Calles tortuosas y
descuidadas cruzan el pequeño pueblo, destacando una sola, por su anchura y
buen cuidado, es la calle principal donde se ubican los negocios y los
paraderos de vehículos hacia otros pueblos anexos y principalmente hacia la
ciudad de Lamas desde donde se conectan con la ciudad de Tarapoto y al resto
del país y del mundo.
Inmediatamente que llegamos al pueblo, el
Profesor Rubén fue asediado por los curiosos que lo conocían, también por las
autoridades que se acercaron a saludarle y darle la bienvenida personalmente y,
de paso, a coordinar las acciones a realizar desde ese momento. Todos nos
apeamos de los vehículos. Fue en ese momento que empezó mi tarea de filmar. Una
banda típica integrada por tres personas, con clarinete, bombo y tambor, interpretaba
una canción muy conocida cuyo nombre no recuerdo, y que, debido a la emoción
del momento, se me olvidó preguntar. El tumulto y la confusión eran grandes a
tal punto que llegué a perder la conexión que mantenía con el grupo desde
nuestra partida de la ciudad de Lamas. Sólo llegué a escuchar al Profesor Rubén
a cierta distancia, rodeado de la muchedumbre, que decía: “Vamos a caminar
hasta el Centro Ceremonioso”. Entonces, dejando de filmar, me acerqué
rápidamente hasta él, abriéndome paso entre la gente. Lo alcancé cuando
caminaba presuroso, junto a sus dos hijos, mis sobrinos Ana Estefita y Mario
Enrique, en medio de la oscuridad del camino. Le toqué el hombro para que se
diera cuenta de mi cercanía. Él al voltear a mirarme, dijo:
—Hermano, no te quedes del grupo, vamos a
caminar unos diez minutos para llegar a una casa donde pernoctaremos, estando
ahí seguiremos coordinando, ¿está bien? —Sólo llegué a responder,
—Está bien, hermano.
Seguí caminando junto a ellos, en medio de la
oscuridad, apenas alumbrado por una linterna que el Profesor Rubén llevaba en
la mano. El camino, una carretera de penetración hasta una comunidad cercana,
estaba lodosa, por la torrencial lluvia que había caído durante el día, sin
embargo una cantidad numerosa de personas del pueblo, junto al grupo que
habíamos llegado desde Lamas, caminamos sin mayores contratiempos, contando
chistes y lanzando gritos de júbilo, de rato en rato.
Luego de haber caminado varios minutos, con
los zapatos embarrados y las piernas adoloridas, logramos divisar una casa
completamente iluminada. “Es la casa de la familia Romero”, comentó el Profesor
Rubén. Al llegar a ella me sorprendió encontrar a los integrantes de la banda
típica cómodamente sentados e interpretando canciones de su amplio repertorio,
otro grupo de lugareños también nos habían adelantado y esperaban ansiosos a la
delegación de artistas, investigadores y estudiosos venidos desde la ciudad de
los Tres Pisos. Muchos aplaudieron cuando el grupo hizo su ingreso a una
pequeña explanada, muy bien iluminada, que habían preparado para la delegación.
Otra sorpresa me esperaba entonces, la casa contaba con todos los adelantos
propios de la ciudad, cuando esperaba encontrar un lugar con las carencias
propias de las chacras. El Profesor Rubén, de inmediato se encargó de
informarnos, que por más lejano que pareciera el lugar, formaba parte del casco
urbano de la Comunidad de Pamashto, por ende a contar con todos los adelantos y
comodidades de la actualidad. En el fondo, a todos, nos alegró esta novedad, ya
que no tendríamos dificultades con las necesidades básicas de todo ser humano.
La familia Romero, propietaria del terreno
donde se encuentra ubicado el Centro Ceremonioso, se portó maravillosamente. No
sólo nos brindó acogida en su moderna casa, sino también nos recibieron con
bebidas típicas de la región como son la chicha de maíz amarillo y el
infaltable uvachado. A los pocos minutos de haber arribado todos estábamos
instalados, entonces el Profesor Rubén vio oportuno dedicar unas palabras de
saludo y agradecimiento. Estaban presente los señores Romero, el alcalde de la
Comunidad de Pamashto, quien más adelante se encargó de aclararnos que el
pueblo tenía nivel de Centro Poblado, también estaba presente la “Shipash”
(Reina de belleza) del pueblo, una agraciada señorita representante de la
belleza y la cultura, varios pobladores y los integrantes de la delegación en
su conjunto. El discurso fue breve y escueto, característica del Profesor
Rubén, luego el señor Romero se encargó de dar las palabras de bienvenida. Culminada
la pequeña ceremonia, el grupo de músicos que acompañaba a la delegación, hizo
gala de talento interpretativo, al regalarnos varias canciones con las cuales
se armó una pequeña fiesta.
Mientras los músicos interpretaban bellas
melodías que concitaban la atención de los pobladores del lugar, en el interior
de la vivienda los integrantes del grupo de actores, encabezados por el
Profesor Rubén, se preparaban para realizar un acto teatral espontáneo en el
Centro Ceremonioso. Llamó mi atención y de la de muchos ahí presentes esta
sorpresiva noticia. Tomé la cámara y realizando mi labor de camarógrafo me
acerqué prontamente a Rubén.
—Hermano, ¿la actuación va a ser en este
momento?, —pregunté.
Él se me acercó, con el dorso desnudo, a
punto de colocarse en la cabeza una especie de corona de plumas.
—Hermano, vamos a improvisar una
representación teatral, tal como lo hacen en el Cuzco, unos minutos antes que
termine este día y que empiece el día de solsticio, va a salir lindo, ya verás,
—me respondió.
Yo solamente moví la cabeza afirmando, con la
cámara en la mano y filmando las ocurrencias de ese momento, allí, en la sala
de la casa que nos daba cobijo, estos jóvenes artistas, ávidos de demostrar su
talento, de pronto lo convirtieron en camarín de teatro. Moviéndome de un lugar
a otro, cual eximio camarógrafo, miraba, sorprendido, cómo aquellos jóvenes
sencillos y comunes como cualquiera de nosotros, se convertían en otros,
artistas y actores listos para el escenario, gracias a la vestimenta y el
maquillaje.
Minutos más tarde, contagiados por el entusiasmo
del Profesor Rubén y su compañía de actores, emprendimos el camino de subida
hacia el Centro Ceremonioso. El camino, como era de esperarse, debido a la
lluvia de ese día, estaba pésimo. Lodoso y resbaloso, con pequeños charcos de
agua acumulada en varios sitios, el camino nos dio mucho trabajo para llegar al
lugar indicado lo más rápidamente posible, sin embargo el deseo y las ansias de
conocerlo, por lo menos eso pasó por mi mente, nos dieron la fuerza necesaria
para seguir. Un grupo numeroso de personas, tanto lugareños como visitantes,
acompañamos a los jóvenes actores. Algunos hacían comentarios de nuestra loca
actitud para seguir un camino tan pesado, que en nuestro sano juicio, ni por la
más grande recompensa monetaria, habríamos seguido. Otros lanzaban gritos de
susto, tratando de amedrentar a los demás, que en vez de temor causaban gracia.
Esa vez no sólo el Profesor Rubén llevaba su pequeña linterna, sino también yo,
que, aprovechando que tenía la cámara filmadora en mi poder, lanzaba su gran luz
para ayudar a los demás a desplazarse por tan sinuoso camino. Otra vez a
caminar en noche cerrada, totalmente oscura, sin el resplandor de las
estrellas, que en otras ocasiones despiertan sentimientos de romance al
contemplarlas en el firmamento, pero que aquella vez, gracias a la lluvia
fuerte y prolongada del día, no fue posible distinguirlas, porque un grueso
manto de nubes cubrían el cielo en su totalidad. El espectáculo, a ver,
prometía, sobre todo estando de director el Profesor Rubén, por ello, deponiendo
flaquezas y lamentos, seguimos caminando cuesta arriba, mudos por el cansancio
y agitados por el esfuerzo.
Cuando finalmente llegamos al lugar, unos
hombres, previa coordinación con el Profesor Rubén, habían instalado un foco
incandescente en el lugar alimentado por energía de una batería y otros estaban
prendiendo una gran fogata en el centro de las ruinas hechas de piedras
denominada por Rubén como Centro Ceremonioso. Me detuve a contemplarlo, no
podía distinguirlo en su total magnitud, pues la negrura de la noche me impedía
hacerlo, sin embargo tuve la sensación de estar realmente en un lugar místico,
de culto, de respeto por aquello desconocido pero que intuye en el alma y en el
sentimiento humano, una especie de admiración, de instinto imaginativo que en
ese lugar, años atrás, quizás siglos, personas de nuestro pasado linaje
histórico, con diferente criterio cultural, se reunían allí para implorar a los
dioses, interactuando entre los astros y la tierra, por el bienestar de ellos
mismos, de sus tierras, sus cultivos y cuanto beneficio más les podría brindar
la naturaleza. Absorto en mis pensamientos, no me di cuenta que los actores y
los músicos estaban en sus lugares, listos para empezar la ceremonia. Ante el
llamado del Profesor Rubén ingresé al lugar, cámara en mano, para filmar todas
las ocurrencias que tuvieran lugar aquella noche sorprendente para mí.
Como era de imaginarse el acceso se me hizo
difícil, el terreno resbaladizo y la altura del muro de piedras que formaban el
círculo del Centro Ceremonioso, así lo hicieron. Estando adentro del círculo,
en medio del lodazal que se había formado ahí, me vino otra sensación, esta vez
de culpa, de temor. De culpa por estar mancillando un lugar sagrado, de
misticismo y de culto, y de temor por la gran energía que se siente al ingresar,
y que se podría no estar preparado para tales actos. No obstante, al ver a los demás que lo hacían con mucha
naturalidad y tener la versión de Rubén de que el lugar, sin los estudios
científicos necesarios podría ser una farsa, hecha no en tiempo antiguos, sino
en años recientes, con la sola finalidad de llamar la atención de los extraños,
hizo que me sienta cómodo y sin temores.
En seguida, una música de tambores y flautas,
llamó la atención de todos los presentes. Era un ritmo melódico de adoración,
de ofrecimiento y de saludo. Acto seguido, el ingreso sorpresivo de los
actores, esta vez estilizando una danza eufórica, salvaje e intrigante.
Sorprendió a todos, tanto que, los espectadores que se encontraban apostados en
la parte superior de los muros, comenzaron a aplaudir a rabiar. Yo, obviamente
sorprendido al igual que el otro camarógrafo de la televisión, sin darnos
cuenta que el lodo nos llegaba hasta las rodillas, seguimos con nuestras
cámaras todas las incidencias. Caras pintadas, torsos desnudos y plumas en las
cabezas, los danzarines-actores realizaron un acto teatral espectacular, nunca
antes visto por mí, ni siquiera en películas y, estoy seguro que muchos de los
presentes ahí, pensaban igual. Girando alrededor de la gran fogata erigida en
el centro del círculo de piedras, con movimientos dancísticos frenéticos, con
mucha fuerza, los danzarines-actores lanzaban gritos, como queriendo llamar la
atención de la naturaleza viva nocturna, de los dioses astrales ocultos por
densa nube que cubría todo el espacio del cielo, cual espectro que impedía ver
la magnificencia del brillar de las estrellas y cuanto astro se encuentra en
él. Los efectos del solsticio de invierno habían empezado, sin la menor duda.
Luego, los pedidos. Los jóvenes actores, encabezados por el Profesor Rubén, uno
a uno, se arrodillaban frente a la fogata y elevando la mirada al cielo pedían
al sol, que en unas horas haría su aparición en el firmamento, no niegue sus
apreciados rayos a la tierra, para que sus cosechas no se perdieran y tengan el
fruto bendito para alimentarse, que controlara al invierno lluvioso para que
los pueblos no se inundaran y no se pierdan sus animales, sus seres queridos.
Mientras esto ocurría, mientras los actores expresaban los pedidos, se hizo un
silencio especial entre los espectadores, un silencio de respeto, de
coincidencia. Todos atentos a las expresiones vocales y corporales.
En un momento dado, cuando las danzas se
hacían más frenéticas y el extenuante esfuerzo hacía presa de los cuerpos de
los danzarines, yo dejé de filmar. Me distraje, bajé lentamente la cámara y
preferí mirar con mis propios ojos, lo que antes venía haciéndolo a través del
diminuto visor de la pequeña cámara, porque realmente el acto era digno de
verse en directo. Uno a uno, empezando por el Profesor Rubén, los actores-danzarines
realizaron un ritual extraordinario. Los cuerpos semidesnudos con movimientos
fuertes y gritos sorprendentes hacían gestos de reverencia acercándose a la
fogata y retirándose, casi de inmediato, levantando la mirada al cielo. Todos y
cada uno, a su tiempo, lo hicieron seis veces, hecho que provocó nuevamente el
aplauso de las personas que acudieron al acto, personas, incluido el suscrito,
que tuvimos la suerte de asistir aquella noche. De pronto, me acordé que tenía
la cámara en la mano y que mi función aquella noche era filmar, así es que
volví a hacerlo, cuando el espectáculo estaba concluyendo.
La música calló, los actores se reunieron
para felicitarse por el grandioso espectáculo y el público presente los premió,
nuevamente, con aplausos. Entonces, apagando la cámara, que por el momento
había cumplido su tarea, me acerqué al grupo de actores, directamente al
Profesor Rubén. Él al verme, se me adelantó:
— ¿Qué opinas, hermano?, ¿qué tal te pareció?,
—sólo lo miré y sin decir palabra, colgando la cámara en mi hombro, aplaudí,
fuertemente, como lo hacía la gente que se encontraba alrededor, —gracias, —dijo,
—eso quiere decir que te gustó.
—Nos gustó a todos, hermano, por eso estamos
aplaudiendo, —le respondí estrechándole la mano.
Luego él se dirigió al público agradeciendo
su presencia y los aplausos conferidos e invitándoles a retirarse para que en
la madrugada podamos asistir a presenciar la majestuosidad del astro sol al
hacer su aparición en aquella parte de la tierra.
Como era de esperarse el retorno fue también
calamitoso, sin embargo mucha alegría reinaba en el grupo de personas que
asistieron a ver el espectáculo y más en el grupo de artistas que realizaron el
acto. Al llegar a casa de los Romero, la gran mayoría se dirigieron a sus casas
y nos quedamos el grupo de actores y uno que otro invitado. Luego de unos
minutos de estar comentando acerca de la representación teatral, nos dirigimos
descansar. La amabilidad de los Romero se extendió hasta habilitarnos
colchones, colchonetas y mantas tendidas en el suelo de la gran sala de su casa
para dormir. Bueno, dormir y descansar fue nuestra intención, sin embargo los
mosquitos y zancudos nos lo impidieron, aún así, por minutos, algunos logramos
pegar los ojos y soltarnos en los brazos de Morfeo, hasta que el propio
Profesor Rubén nos despertó, cansado de luchar contra los molestos bichos
voladores, a las cuatro con treinta minutos.
— ¿No es muy temprano para ir al Centro
Ceremonioso?, —pregunté.
—Sí, es muy temprano, pero si no vamos a
dormir por estos benditos mosquitos, será mejor levantarnos y empezar a
prepararnos, de paso tomamos nuestro café para estar totalmente despiertos, —dijo,
riendo, el Profesor Rubén.
Más tarde, aproximadamente media hora después,
luego de que los actores estaban debidamente vestidos y pintados, y luego de
haber tomado un exquisito café, preparado por la señora Romero, emprendimos el
camino al Centro Ceremonioso. Aún era noche oscura y las peripecias de la
caminata anterior volvieron a repetirse, pero en menor intensidad, pues era la
tercera vez que hacíamos el recorrido. Rápidamente la noche daba paso al nuevo
día, unas ráfagas de luces blancas en el cielo anunciaban la presencia, casi
inmediata, del alba. Cuando llegamos al Centro Ceremonioso el día estaba casi
declarado, pude, entonces, apreciar que el círculo de piedras que conformaban
el posible lugar de culto de antiguos pobladores de la zona, se ubicaba en la
cumbre de una pequeña colina, aparentemente, para mí, hecha a propósito, para
erigir en su cima el centro de culto. Al subir la pequeña colina pude apreciar,
también, una especie de andenes en círculos alrededor del centro ceremonioso, y
no se me quita la idea que al retirar la hierba y la tierra del entorno del
centro ceremonioso, nos encontraremos con más construcciones de piedras, hechas
probablemente para acceder con más facilidad a la cumbre de la colina, como
imagino lo hicieron los pobladores de otros tiempos que visitaban con cierta
frecuencia este lugar para rendir culto al sol. Bueno, esta imaginación mía,
puede confirmarse o dilucidarse por completo, si el organismo de la cultura del
país, decide dedicar un poco más de atención a este lugar.
Al llegar a la cumbre, de inmediato me aposté
en un lugar privilegiado para cumplir con mi tarea de filmar el acto teatral,
pues, sin percatarme siquiera en lo más mínimo, numerosas personas del pueblo
habían llegado antes que nosotros y se habían ubicado en los entornos para
apreciar el espectáculo que prometía ser de primera. El Profesor Rubén, de
actor de la noche anterior se había convertido en director del grupo de jóvenes
actores que iban a representar un espectáculo realmente sensacional, que a
todos encantó y a mí me dejó encandilado, como buen amante que soy del teatro y
el arte en sí. Antes de ello, cuando los artistas tomaban posición para iniciar
el acto, me di tiempo para contemplar desde la cumbre de aquella colina el
paisaje extraordinario que nos brinda la naturaleza en esa parte de la selva
peruana. Una sensación de majestuosidad y grandeza de la naturaleza ante la
pequeña y limitada acción humana. La incredulidad descartada me invadió al
tener semejante visión. Me sentí un elegido, no sé por quién o por qué, por
encontrarme ahí y poder disfrutar de tanta maravilla. Casi de inmediato,
también me sentí orgulloso de ser de este lugar, de haber nacido en él y poder
transmitir en este relato estas sensaciones ennoblecedoras y al mismo tiempo
engrandecedoras. El pueblo de Pamashto enclavada en una especie de valle,
rodeada, guarnecida diría yo, de imponentes cerros a la distancia. Más allá la
ciudad de Tabalosos, pequeña ante los ojos, vista desde la cumbre del Centro
Ceremonioso, cual pequeño villorrio acurrucado, seguro y protegido a los pies
de gigantes celadores. Siguiendo la vista a la derecha, el imponente,
majestuoso y casi mítico, Huaman Huasi, un cerro de caprichosa figura que ha
inspirado a poetas y escritores con historias y leyendas fabulosas.
Con la impresión que provoca algo nunca antes
visto, me quedé perplejo, extasiado, anonadado ante tanta maravilla natural,
que me olvidé del por qué de mi presencia en ese lugar, hasta que la voz del
Profesor Rubén, desde el otro lado del escenario, me despertó:
— ¡Jorge, hermano Jorge!, —volteé a mirarlo, —empieza
a grabar, hermano, —me dijo.
Efectivamente, el espectáculo estaba por
comenzar. Con lo distraído que estaba con la visión mágica que tenía ante mí,
me había olvidado que tenía la cámara en la mano y que, fácilmente, pude haber
grabado el bello paisaje natural que pude contemplar desde allí. No lo hice, y
recién hoy, cuando escribo estas líneas, me doy cuenta de lo inexperto que soy
con esos aparatos y esos trabajos. Acto seguido me paré firmemente sobre el
piso resbaladizo del entorno del Centro Ceremonioso para enfocar con la cámara
la representación teatral que iba a empezar. Minutos antes, cuando llegábamos
al lugar, el Profesor Rubén me había advertido, que durante el acto teatral no
dejara de enfocar a los que la protagonizaran y la salida del sol.
—El resto puedes filmarlo después, —me dijo
enfáticamente. Así lo hice.
El día se manifestaba rápidamente aquel 21 de
junio, cuando de pronto se escuchó el sonar de un tambor. Su rítmico sonido, suave
y acompasado, precedió a un silencio total entre los asistentes al espectáculo,
que por cierto, eran muchos. Entonces, como personajes del antiguo incario,
hicieron su ingreso al escenario semicircular del Centro Ceremonioso los
actores, dos hombres y dos mujeres. Ataviados a la usanza de aquellos tiempos,
tal como nos relatan los cronistas y escritores, los jóvenes tenían las caras
pintadas, los pies descalzos y la expresión seria y sosegada, que se supone,
tenían los antiguos pobladores de esta zona, provenientes de descendientes de
los incas, cuando realizaban este ritual. Con paso lento, enseñoreado e
imponente, los actores avanzaron y se colocaron en formación semicircular
mirando al lugar por donde, en contados minutos haría su aparición, el astro
sol. Sin retirar la mira de la cámara de los actores, miré a la gente, estaban
encandiladas como yo y levanté la mirada hacia donde miraban los actores, y
pude ver el destello de luces que provenían detrás de los cerros. Me quedé así,
mirando, hasta que escuché el sonido melodioso de una flauta. Era el profesor y
músico Luis, quien la entonaba. Su sonido melancólico, por ratos flatulento, le
daba al momento cierta solemnidad y misticismo, que inmediatamente me trasladó
en cuerpo y mente a esos lugares imaginarios donde se desarrollaban estos actos
allá por los tiempos de los incas.
De pronto el tambor dejó de sonar y la flauta
también. Yo tenía la mira en los actores tal como el Profesor Rubén me había
indicado, pero por el rabillo del ojo pude ver que él me hacía señales con las
manos, entonces lo miré, me señalaba hacia arriba por donde el sol hacía su
aparición. Entonces vi, claramente, el resplandor de colores de tonos rojizos,
azulinos y verduscos que se manifestaban
en el cielo. Aunque el sol propiamente aún no se veía del todo, esa antesala de
colores brillantes y entonados le daban al cielo un aspecto magnífico. Las
nubes aún presentes a esa hora de la mañana, luego de un día de lluvia, se
tornaban atractivos a la vista impregnados por esos destellos coloridos, que
ningún artista podría plasmar en el lienzo, sino sólo el Creador, en el lienzo
inmenso y majestuoso del cielo. Todos los asistentes teníamos fijas las miradas
en el espectáculo celestial. Impresionados, con gestos embobados, por la
magnificencia del momento. Luego, otra vez el Profesor Rubén, me hizo señales,
indicando al otro lado. Miré hacia allí, y pude ver otra belleza natural. Aún
cuando el sol no hacia su entrada al firmamento del nuevo día, sus rayos
iluminaban de manera notable la cima de los cerros que rodean, a lo lejos,
aquel lugar. El Huaman Huasi con su
caprichosa forma era iluminado en su punto más alto al igual que los otros.
Pero cosa curiosa, cuando el sol sale del todo, aquella iluminación no se
percibe, aquellos cerros que antes tenían una luminosidad en sus cimas, ahora
con la presencia total del sol, nuevamente se opacaban, como cuando el astro
rey anunciaba su presencia.
Cuando todo este espectáculo sideral había
culminado, la actuación de los actores también estaba culminando. Los cuatro
artistas habían recitado mensajes extraordinarios, bellos, llenos de pedidos
hacia el sol a favor de la tierra, de los campesinos que de ella viven y de la
humanidad en general. Por la no presencia de las sequías, o de las
inundaciones, pidiendo que la producción sea generosa y la cosecha abundante.
Los actores, con sus voces potentes y altamente expresivas, se dejaban oír
hasta más allá del Centro Ceremonioso. Luego que el último había culminado su
mensaje, nuevamente el tambor, con su sonido solemne, persistente y entonado,
abrió el camino para la retirada de los artistas del escenario. El sonido de
los aplausos de los asistentes me sacó de un breve ensimismamiento en el que me
encontraba, devolviéndome a la realidad
del momento, entonces enfoqué con la mira de la cámara hacia el Profesor Rubén
que en esos momentos saludaba y felicitaba efusivamente a los artistas. Luego
vi que al darse cuenta de que lo filmaba, se dirigió con pasos firmes y largos,
hacia mí.
—Hermano, ha culminado, puedes dejar de
filmar, ¿qué tal te pareció la actuación de los muchachos?, —me preguntó.
—Extraordinario, —le respondí, —no tengo más
palabras para expresar lo bien que me pareció, tú sabes que no soy experto en
teatro y esas cosas, pero también sabes que aprecio mucho el talento de las
personas, y hoy, además del talento de los actores, por sobre todo eso estuvo
tu talento de actor, de director y conductor de este espectáculo,
felicitaciones, Rubén, —le dije.
—Gracias, hermano, por tus palabras, y
también por aceptar mi invitación y venir con nosotros a este lugar, —me
respondió.
—Gracias a ti, hermano, por la insistencia,
de lo contrario no hubiera conocido tan magnífico lugar.
Me dio unas palmadas en el hombro y se
dirigió, con palabras, al grupo
artístico y a los espectadores.
—Muchas gracias señores del público por su
asistencia, a los artistas, todos amigos míos, muchas gracias por acompañarme
en esta travesía, ahora los invito a tomar un café caliente en casa de los
Romero.
Acto seguido inició el regreso acompañado de
sus hijos, sus amigos y demás personas y acosado por preguntas: “¿Cuándo sería
la siguiente visita”, ¿Si en la siguiente representación asistirían más medios
de comunicación?, etc. El profesor Rubén sólo sonreía y decía simplemente:
—Claro que sí, tiene que ser así, —y seguía caminando,
sonriendo.
Más tarde, luego de haber disfrutado de un
exquisito café, emprendimos la marcha de retorno. Artistas y gente de
televisión lo hicieron primero, despidiéndose con abrazos y expresiones
efusivas, como he visto hacerlo, muchas veces, en este tipo de gente que ama el
arte y la cultura. Luego de haberse marchado todos los acompañantes, nos
quedamos el Profesor Rubén, sus hijos y yo. Seguimos conversando de muchas
cosas mientras esperábamos el vehículo que nos llevaría a la ciudad de Lamas,
cosas interesantes que sólo se puede conversar con un artista e investigar
social de la talla del Profesor Rubén. Muchas personas que por ahí pasaban y lo
reconocían, simplemente se detenían a mirarlo en silencio, viendo cómo me
conversaba con gestos de su rostro y sus manos, contándome anécdotas y chistes,
que nos hacían reír a ambos. Más tarde llegó la camioneta que nos trasladaría,
en ella nos subimos y emprendimos el camino de retorno a Lamas.
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