Cada vez que llegaban al parque, Rodrigo le pedía a André, con la voz
zigzagueante, quedarse sentado leyendo el mismo libro de poesía que su
mamá les había regalado antes de fallecer; según decía él: “para que
seas poeta”. De vez en cuando le pedía también que sea su asistente: le
pasaba los pinceles, la pintura y el limpiador para las manos. Al
parecer, le gustaba mucho a André aquél cargo. Rodrigo siempre iba con
una idea clara de cómo seguir pintando en el muro, e imagino que a su
edad alguien le había enseñado el modo de hacerlo, puesto que las
líneas que conformaban la imagen obedecían a una obra bien llevada. Que
quizá, si alguien viese sólo al mural, dudaría que Rodrigo haya hecho
aquél trabajo.
Cuando podía, a modo de descanso, Rodrigo se sentaba al lado de André, lo hacía muy cerca para despeinarle más el cabello rizado y le hablaba de las enseñanzas que su madre le había inculcado, de cómo funcionaba la vida, de cómo funcionaba el orden y la disciplina, de cómo con un sólo libro y algunas pinturas uno podría conseguir mejorar como ser humano.
Cuando podía, a modo de descanso, Rodrigo se sentaba al lado de André, lo hacía muy cerca para despeinarle más el cabello rizado y le hablaba de las enseñanzas que su madre le había inculcado, de cómo funcionaba la vida, de cómo funcionaba el orden y la disciplina, de cómo con un sólo libro y algunas pinturas uno podría conseguir mejorar como ser humano.
Autor: Harry Cañari - Atoche
Procedencia: Lima, Perú
Género: Cueto / Relato
Idioma: Español
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